Inicio: 1/10/2013 – Finalización: 3/12/2016
Me llamo Javier Colorado, soy de Madrid, nací en el 86’ y he dado la vuelta al mundo en bicicleta. Una aventura que me llevó a recorrer 65.298 kilómetros por 48 países de 4 continentes en 3 años y 2 meses, o también se puede definir como una aventura de 1.159 días alrededor de nuestro planeta. Son unos números preciosos, pero ¿Por qué lo hice? Es lo más importante.
Con 20 años empecé a soñar con dar la vuelta al mundo. Sentía mucha felicidad al imaginar la idea de descubrir, conocer y experimentar, y afrontar el reto de hacerlo solo y en bicicleta era la guinda del pastel. Así que un día tomé la decisión de hacer realidad esa felicidad. Terminé la universidad a los 25 años, me licencié en Ingeniería Química, hice mis prácticas de empresa, ahorré algo de dinero, preparé el viaje lo mejor que pude y con 27 años me lancé a la aventura. Estaba decidido a vivir el sueño de mi vida.
Me embarqué en un viaje en el cual cada día, de lo único que estaba seguro al 100% era de saber donde me había despertado, el resto era una incógnita. No tenía ni idea de a quien iba a conocer, que iba a sentir, que iba a ver, donde dormiría y cuando viajaba sin dinero ni siquiera sabía si iba a comer. Pero también comprendí que cada mañana cuando volvía a empacar a Bucéfalo, mi fiel bicicleta, siempre podía decidir mi actitud, y esta me decía: “¡Adelante!” Me sentía capaz de todo, fomenté tanto mi confianza personal que sabía que era capaz de superar cualquier obstáculo.
El momento en el que más bajo de moral estuve fue en Perú, al año y medio de viaje mientras cruzaba Los Andes. Llevaba un par de semanas viajando sin dinero, con un cartel detrás de la bicicleta que ponía: “Sin Plata”. Dejé atrás el desierto de Nazca y empecé a subir Los Andes. Pedaleando no hacía más que ascender a 3000 metros para después volver a bajar a 1000 metros y nuevamente volver a subir. Hasta que en un tramo ascendí a más de 4500 msnm y me dio mal de altura. Me dolía mucho la cabeza, me faltaba el aliento para subir cualquier colina, tenía diarrea y sin nada de comida en las alforjas, solo tenía agua. De repente empezó a caer una tormenta de agua nieve que me dejó totalmente mojado, congelado y rodeado por la niebla en mitad de la nada. Solté a Bucéfalo en un lado de la carretera y me senté. Empecé a pensar que si pudiera chasquear los dedos y con ello volver en un segundo a mi cama, calentito, con una sopita de mi madre, darme una ducha y jugar con mi perro, lo hubiera hecho. Empecé a visualizar tanto esa imagen tan acogedora, que me di cuenta de lo mucho que disfrutaría las primeras semanas, pero después pensé: “¿Y luego que?” Luego comprendí que me arrepentiría por no haber seguido adelante, y ese arrepentimiento me hubiera acompañado toda la vida. Así que me enfadé conmigo mismo, me levanté, agarré a Bucéfalo y continué pedaleando. Ese día aprendí, que rendirse NO es fácil.
Por muy machacado que estuviera, sabía que siempre había algo bueno esperándome al final del camino, pero claro, hay que llegar al final del camino para saber que es. Una de las mejores recompensas fue el apoyo. El apoyo que recibí de forma constante, tanto de los followers como de las personas que conocía en la carretera. Una de las lecciones más hermosas de esta experiencia, fue comprobar que el 99,9% de la gente que conocí tiene un corazón que no le cabe en el pecho. La hospitalidad es internacional, no entiende de cultura, religión o pasaportes, y lo que más choca es que cuanto más pobre y humilde sea el país, más hospitalarios son. Recuerdo perfectamente las palabras de una familia que me invitó a comer, me dijeron: “Sabemos lo que es pasarlo mal, y ahora que nos van mejor las cosas, lo poco que tenemos lo compartimos”. Esas palabras jamás las olvidaré.
Me gusta explicar como fue para mi la percepción del tiempo, diciendo que las semanas pasaban como meses y los meses pasaban como años, y no en el mal sentido. Vivía tantas cosas en un solo día al estar en continuo movimiento, y hacerlo de una forma tan vulnerable como lo es viajar solo y en bicicleta, que estaba abierto a todo, y todo no es malo, hay muchísimas cosas buenas por las que arriesgarse.
Constantemente cambiaba de lugar. Nuevos paisajes, nuevos retos, he vivido toda clase de fenómenos meteorológicos, he pedaleado desde los -20 °C hasta los 55 °C, he conocido toda clase de animales salvajes, de culturas, tradiciones…etc. esa fue la parte más visual de la aventura, pero también fue un viaje de crecimiento personal, y ese para mí, ha sido el viaje más grande de toda mi vida.
Mi intención nunca ha sido la de incitar a nadie a dar la vuelta al mundo en bicicleta. Porque ¿Quién quiere dar la vuelta al mundo en bicicleta? Pocas personas realmente quieren vivir un sueño así, pero ¿Quién quiere ser feliz? Efectivamente, es una realidad universal, todos queremos ser felices, y yo esto lo viví porque me hizo feliz, soy feliz ahora compartiéndolo y siempre me hará feliz al revivirlo en mis pensamientos. Lo que ha sido y es el mensaje de Colorado On The Road, es recordar que la felicidad esta al alcance de nuestras manos, y solo tenemos que ir a por ella.
La felicidad reside en la libertad, y la libertad se alcanza con el coraje.
Mucha más información en la página oficial de mi #VueltaAlMundo!